La vida en pareja nos aporta satisfacción, estabilidad e incluso mayor capacidad para afrontar situaciones adversas. Pero hay relaciones en las que predominan el dolor y el sufrimiento, relaciones que restan más que aportan, que “no compensan” y que, sin embargo, se mantienen debido a la dependencia emocional en que se sustentan.
En estas relaciones suele predominar la asimetría, con sometimiento y sumisión por una de las partes, la que más sufre y más se esfuerza para que la pareja funcione. La que deja de ser ella misma para agradar al otro, para ser lo que el otro quiere que sea, para que el otro esté contento y no le abandone.
La inestabilidad e imprevisibilidad son también características de estas parejas, que viven en una montaña rusa emocional continua. Con subidas al paraíso y bajadas al infierno sin causa aparente, que provocan sensaciones de aturdimiento e indefensión.
De este modo la relación va adquiriendo tintes de adicción. Predomina la infelicidad, la insatisfacción, incluso la humillación y el sufrimiento, pero se ha perdido el control y domina una necesidad ante la que no se tiene voluntad. Aunque racionalmente se sabe que es mejor la ruptura, no hay capacidad para llevarla a cabo y en caso de hacerlo, se regresa al poco tiempo en busca de una nueva 'dosis'.
Las causas que pueden llevar a establecer relaciones de este tipo son múltiples y diversas, dependiendo de la personalidad, historia familiar y experiencias vividas por cada una de las partes. Pero en estos casos es cierto que 'lo no resuelto tiende a repetirse' y frecuentemente vemos cómo personas que a duras penas logran salir de relaciones destructivas se embarcan al poco tiempo en una relación igual o peor que la anterior.
Por ello es importante recibir ayuda profesional, entender qué lleva a establecer vínculos tan dañinos e iniciar un camino hacia la autonomía, donde recuperarse a uno mismo, con las habilidades y capacidades propias y aprender a establecer relaciones más sanas y satisfactorias.